VIERNES 15 DE ABRIL.

   Hoy debía ser un gran día… Un gran día… Era viernes, había llegado temprano a clase, el bocadillo estaba rico y había aprobado biología Pero la esperada tarde se oscureció por  un absurdo anuncio en la calle, así que un ejército de pensamientos me invadió y decidí bajar al Castillo para olvidarme de ello  aunque no podía. De camino a la plaza del Castillo eché una ojeada haber si divisaba algún conocido, pero apenas vi a alguno. Cuando llegué te vi,  sentado en la fuente. Mi amiga sacó los cartelitos de “abrazos gratis”, los cuales eran de una absurda apuesta. Sorpresa la mía cuando te abalanzaste y me abrazaste (más bien magullaste). Aquel “efusivo” abrazo hizo olvidar lo antes recordado de aquel pasado mes de enero. Por unos momentos deseé que no te separases, porque aquel recuerdo atacaría de nuevo mi mente, pero no fue así. Una extraña calidez desterró a la frialdad ya adquirida  en La Plaza Weyler, una extraña sensación de calidez, que verdaderamente nunca había sentido… ¿Sería por la efusividad de aquel abrazo o por la simpatía y simplicidad de él? Un abrazo sin mentiras, sin cosas que ocultar, un abrazo natural, efusivo y verdadero, algo que muy pocas personas ofrecen a lo largo de sus vidas. Gracias por aquel reconfortante abrazo Rober.

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