Una vez más, la realidad me enseñaba que no podía hundir el puñal en el corazón de aquel joven vampiro, me miraba con lágrimas en lo ojos, mientras apretaba sobre la brecha de su estómago. Sus labios entreabiertos ya dejaban ver el débil color de la muerte, su blanca piel me mostraba años de sufrimiento, la expresión de sus ojos...¿Qué pasaba, me estaba dejando engañar? Me agaché y le miré.
-Sé que no seré mejor que tú matándote, pero no creo que te deba dejar con vida.-Dije a secas.
Su mirada me llenaba de amargura, como un veneno que traspasa la piel dejando ver marcas de culpabilidad.
Me odiaba por verte así, me repugnaba a mi misma...Te conozco desde que era una cría... Durante todo ese tiempo fuiste amable conmigo, ocultándome que habías sido el asesino de mis padres, conquistándome con tu sombría elegancia. Y yo había cedido, me había entregado a ti como un miserable cordero.
- Nunca he tenido intención de matarte, te cuidé hasta tu mayoría de edad, quería que fueses libre.-Dijiste entre lágrimas.
La daga se resbaló de mis sangrientas manos, derramé lágrimas. Lo estaba consiguiendo. Él me estaba arrastrando.
Se incorporó, con una mueca de dolor. Se acercó a mi. Me abrazó. Noté como la sangre de su herida manchaba mi inmaculada ropa, la sangre era caliente, me estaba mareando.
Noté como Jared se iba desplomando poco a poco, no sabía qué hacer.
Vacilé durante unos instantes
-Bebe de mi sangre.-Dije convencida.
No se qué me ocurría, cierto es que me cuidó y se le notaba arrepentido...Siempre acababa cediendo.
-No.-Dijo antes de abandonarme.
Cayó de rodillas mientras yo le sujetaba.
No sabía qué hacer, solamente lloraba.
<<Con tu elegancia conquistaste mi débil corazón y ahora que te vas para siempre y no tengo a nadie, el suicidio me tentará cada noche en sueños con tu agonizante rostro>>
RIMA XXX
Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.
Yo voy por un camino; ella, por otro;
pero, al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: —¿Por qué callé aquel día?
Y ella dirá: —¿Por qué no lloré yo?
-Gustavo A. Bécquer-
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