Quizás fuese mi último destino, pero no permitiría que se acabara tan rápido. Miles de vidas han pasado mientras yo me dedicaba a observar como el mundo se autodestruía. ¿Un dios? No, no soy eso, simplemente soy una eterna alma vagante por la Tierra. Acontecimientos, descubrimientos, estaciones, catástrofes… Todo cuanto he observado desde mi pequeño jardín ha sido lo que ha provocado la naturaleza y el hombre; grandes reyes, presidentes, científicos, historiadores, poetas. Pero hay algo que detiene el tiempo cuando lo observo, alguien que con sus pasos me hace volar entre notas musicales hacia lo más hermoso que se pueda imaginar. De cabellos castaños, piel clara, ojos dorados y falda de tul azul, aquella joven princesa sacada de un reino de cuento de hadas hacía que mi mundo se redujese a sus movimientos. Sus majestuosos pasos, sus elegantes saltos, la elegancia con la que se desplaza, sus delicados bailes. No quería perderla, sabía que el tiempo marchitaría aquella fresca rosa recién cortada del jardín de Dios. Me acerqué y con mis brazos la envolví, la protegí, su belleza, sus pasos, no podía permitir que el tiempo se llevara todo ello. Para ella construí una pequeña caja de madera delicadamente pintada con tonos pastel; rosa, azul y todos los que puedas imaginar. Su arte no se podía marchitar así que en la caja la resguardé, una caja que al abrir se oyera música a la vez que ella la interpretaba. Así la tendría, así no envejecería, así no tendría que observar la destrucción de un mundo en el que mi presencia no es bienvenida.
Un juguetero que viaja a través del tiempo, observando cómo avanza su especie, un juguetero que carece de amor, un juguetero que quiere que lo bello perdure durante años, simplemente soy eso.
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