Era hora de darle un final.

Anoche bebí y fumé. Creo que nunca me había encontrado peor.
 Como siempre, me prometiste venir, y como siempre, brilló tu ausencia.
Me encontraba sentado en un banco de la Plaza España, a las 12:40 pm, horas en las que sólo podía oír mi propia respiración. Alejado del consumismo que se encontraba por el día en las agitadas calles de Madrid, alejado del estrés con el que se vivía en dicha ciudad, alejado de tus mentiras. Era la segunda cajetilla, ya estaba mareado y con ganas de vomitar, el malestar físico se apoderaba de mí y no me iba a dejar escapar. Mis lágrimas corrían como si fueran las de un niño pequeño, ya me hacías demasiado daño. Eres egoísta. Los demás decían que al menos te tenía, ¿pero esto es tenerte? Simplemente juegas con mi ser, juegas a creer sentir amor, y siempre soy yo el pringado que se queda, con la débil esperanza de que esta vez vengas. ¿Qué he hecho mal? No lo sé.  Tú eres la culpable de mi situación, de mi estado, tú y tus mentiras, tú y mis falsas ilusiones.
Tiré la cajetilla a la carretera, empecé a ahogarme en lágrimas. No vendrías, ni ahora, ni hoy, ni mañana, nunca. ¿Cuántas veces nos habremos visto desde que empezamos, seis veces? Saqué el móvil y empecé a escribir un SMS: “Hemos cortado”. Lo envíe y me levanté. Sentí que me había liberado de unas pesadas cadenas, sentí que ya no estaría en una situación parecida, pero también sentí que me equivocaba al hacer esto,  no estaba seguro de lo que sentía.
Caminé por Gran Vía, parece mentira que fuera Madrid… Tan tranquilo, tan silencioso. La única que me acompañaba era la soledad. El frío me agarraba para no dejarme escapar, pero no me importaba, suficientes problemas tenía como para preocuparme de ello. Andaba mirando hacia el suelo, lamentando cada día que estuve a tu lado, odiando cada día que me dejaste con tan solo el calor de una chaqueta. Para mí siempre fue un “nosotros” para ti un “yo”, creías que con un vulgar mensaje en Facebook lo arreglarías todo, pero las cosas no son así. Tus sonrisas  se volvieron falsas y llenas de desprecio, mientras yo procuraba que las mías fueran las más sinceras que hubieras visto en tu vida. No sé qué prefiero ahora, vivir con tu permanente ausencia o vivir con tus imperdonables excusas baratas. Escoja lo que escoja TÚ no estarás a mi lado. ¿Olvidarme de todo? Es algo que se me haría imposible. El roce de tu cuerpo, tus miradas, tus besos… Todo ello hacía que olvidara mi enfado y me sumiera ante ti. Si te dijera que te desprecio te mentiría, si te dijera que te perdono sería idiota, si te dijera que te sigo queriendo sería cometer la mayor estupidez del siglo, porque sería la verdad.
Caminaba en silencio, sin palabras ajenas que llenen mis oídos de frustración, sin besos   que arranquen la piel de los labios, sin nadie que me hunda en un pozo de desesperación. Caminaba libre pero dolorido, como un pájaro al que han liberado pero tiene un ala herida; volará, pero podrá caer fácilmente hasta que se recupere.

If you really love me, you can remember me.

Act XI
Sophie Frinnegan

Fui corriendo hasta donde estaba padre, quería una explicación…Aunque ahora necesitaría dos; ambos en el suelo, Karan sujetaba su barbilla y le besaba. Padre se dejaba. La foto se deslizó de mis manos. Un grito agudo fue arrancado de mi garganta, al instante ambos se separaron.
-¡Sophie!-Exclamó Dailos.
Les miré y contuve las lágrimas, luego di media vuelta y empecé a caminar. Oía murmullos, quejas y mi nombre. Pero ya no atendía a nada, era cierto lo que madre me había contado de pequeña: “Llegará alguien y nos separará, pero no odies a tu padre por ello”. Empecé  a correr para huir lo más posible de aquel infierno, esa imagen me atormentaba; la sangre, Karan, padre… Me pisaba los talones, corría detrás de mí mientras gritaba mi nombre desesperadamente, pero yo no quería parar.
-¡Sophie!-Gritó
-¡Déjame, tú no eres mi padre!-Contesté cuando me agarró la muñeca.
-Déjame explicártelo…
-¡No quiero excusas baratas!
-Viene de atrás, Sophie, hace quince años, tú no habías nacido…
-¿Y qué quieres decirme con eso, que tuviste un lapsus en el que enrollabas con un hombre, que eres homosexual?-Pregunté desesperada.
Padre me pegó una cachetada.
-¡Tranquilízate!-Gritó.-No sé lo que me pasó, no sé lo que me pasa, no sé lo que siento. Sophie, soy su presa, hace quince años me mordió, hace quince años me marcó.-Su voz temblaba.-Vaya a donde vaya, él estará ahí, es algo de lo cual no me puedo desprender.
-¿Y madre, la amaste alguna vez?
-A tu madre le amé como pude, lo más que pude. Sophie, lo siento.
Aquellas palabras se habían quedado grabadas a fuego en mi corazón; “Vaya a donde vaya, él estará ahí, es algo de lo cual no me puedo desprender.” ¿Mi padre estaba maldito?
Caminé y caminé hasta alejarme de aquella casa y acabar en una playa al atardecer, había pasado horas y horas caminando mientras pensaba, tanto que había llegado a la cercana costa. Me tumbé en la orilla, sintiendo cómo las olas golpeaban mi cuerpo sin éxito alguno, dejando un rastro de sal en mi ropa. Miraba hacia el cielo mientras pensaba: ¿Qué ocurrirá a partir de ahora? ¿Volveré a Alemania o me quedaré viendo el sufrimiento de mi padre?  ¿Realmente merece la pena quedarse? Eran demasiadas preguntas sin respuesta, todo había ocurrido demasiado rápido. No sabía qué hacer, solo me limitaba a descansar en la arena, mientras la noche caía sobre mí como un espeso manto del cual no puedes librarte.

If you really love me, you can remember me.

Act X
Dailos Frinnegan

-¿Mentiroso? ¡Yo no miento!
-¿Ah no, usted siempre dice la verdad?
-Sí.-Respondí.
-Pues empiece por decir su verdadero nombre, Jean.
Sentí una punzada en el corazón, miré hacia otro lado deseando que todo fuera un sueño.
-Entonces eres tú.-Murmuré.
-Entonces soy yo.
Se agachó y cogió mi cara entre sus manos.
-Te he estado esperando.-Susurró.
-¿Por qué?-Pregunté.-Te traicioné, me casé y tuve una hija.
-Porque aún te amo.
Mi corazón empezaba a palpitar fuertemente.
-¿Tanto me amabas que tenía que deshacerte de mi esposa?-Pregunté dolorido.
-¿Ves las cicatrices de mi espalda? Eso es lo que me hizo su familia al enterarse de la relación que tuvimos una vez.
-¡No es excusa!
-Preferí que muriese ella a morir yo, tú harías lo mismo; al fin y al cabo somos iguales, iguales de egoístas.
-Desapareciste.
-No quería provocarte más daño.
-Te olvidaste de mí.
-Tú hiciste lo mismo.
-Pero te he recordado.
-Porque aún me amáis.
-¿Has tenido que morder a más personas para saber si eran yo?
-No, solo a ti-respiró hondo-tenía la corazonada de que no me iba a equivocar.
-¿Pretendes que te perdone?
-Por algo me quedé, ahora que ambos recordamos podemos…
-¡No!-Gritó.- ¿Crees que voy a olvidar lo que sufrí de la noche a la mañana?
-¡Calla, bastardo! Silencia tus palabras y déjame decirte lo que nunca dije, lo que no se puede expresar con el habla. Solo déjame besarte y te diré lo que callé durante años.
Se acercó lentamente a mis labios, rozándolos  para luego besarlos. Me dejaba llevar, como hace quince años.  Aquel callejón… No era la primera vez que nos veíamos ahí. 

If you really love me, you can remember me.

Act IX
Sophie Frinnegan

Otra vez me encontraba en la sala del cuadro, el lienzo me había llamado la atención, debía saber que había ahí. Con cuidado me puse de puntillas y me acerqué; el marco estaba separado, de detrás del lienzo asomaba una fotografía antigua. Alargué el brazo para poder cogerla. Cuando la acerqué a mis ojos no podía creer lo que veía; ¿mi padre de joven y Karan a su lado? ¿Cuál era el pasado de mi padre? ¿Qué tenían ellos en común? Había dicho que eran viejos amigos pero ¿Por qué nunca supe de su existencia?

If you really love me, you can remember me.

Act VIII
Karan Johnson

Sentía su miedo, ¿de verdad pensaba que le iba a atacar?
-Déjalo, no pretendo ser gracioso ni nada.-Dije irónicamente.
-¿Quién era su presa?
-No lo sé, lo olvidé.
-No mientas.
-No miento.-Sonreí.
Me levanté.
-¿Qué vas a hacer, morir de sed?
-Supongo.
Dailos me miró.
-Bebe de mi sangre.
-No quiero.
-Si no te cedo mi sangre, a lo mejor…
-No atacaría a su hija.
-Bebe de mi sangre, te lo suplico.
El grato olor de la sangre de Dailos me tentaba, su veneno me desataba, ese veneno que sacaba la bestia que soy a la luz. Me tiré encima de él, quedando arrodillados, pero yo encima, frente a frente. Cogí su barbilla y moví su cabeza, dejando el cuello a mi total disposición.
-¿Estás seguro?-Pregunté.
-Totalmente.-Respondió firmemente.
Desabroché el cuello de su camisa y acaricié su yugular. Me sentía como con él hace quince años. Lamí la parte del cuello a morder y hundí mis colmillos, notando como atravesaba la carne.
-Ah.-Suspiró  Dailos.
Agarraba su nuca con mi mano izquierda, la derecha la tenía colocada en su cintura, atrayéndolo hacia mí. Cada vez succionaba más sangre, manchando las camisas de ambos y dejando gotas en el suelo. La esencia de su sangre me llamaba, no me dejaba marchar, me pedía que siguiera succionándole la vida. Dailos se agarró fuertemente a mi camisa, empezaba a notar un ligero dolor al yo succionar su sangre.
-¡Ah!-Gritó mientras se resbalaba en la sangre y caía hacia atrás, provocando mi caída.
-Vaya, has roto la camisa.-Anuncié.
La camisa se había quedado abierta y los botones se habían esparcido por todo el suelo. Dailos me miró, aún agarraba ambas partes de la camisa. En sus ojos asomaban unas lágrimas que amenazaban con deslizarse.
-¿Te dolió mucho? Si es así, perdóname.-Me acerqué y lamí la zona de la herida, retirando toda la sangre restante.
Dailos temblaba. Me moví un poco; estaba sentado encima de su pelvis y quizás eso le incomodaba. Lamí mis manchados dedos y me levanté.
-Siento haberte mordido, ah, tranquilo, no te vas a convertir.
Cogió mi mano y me obligó a agacharme.
-¿Quién eres?-Susurró a mi oído.
-Karan.-Respondí.
-Deja el teatro barato.
Sonaba bastante serio.
-¿Quién sabe?
-Tú.
Me acerqué a su rostro y sonreí.
-Oh, no me digas que lo has olvidado, recuerda pues.-Rocé mis labios con los suyos.
¿Quería que me dejase de teatro barato? Lo haré, ahora que he conseguido su sangre, ahora que he verificado la identidad de ese hombre que me había acogido.
-¿Recordar?
-El mentiroso aquí eres tú.
Me quité la camisa y me levanté.
-Necesitaré otra camisa, ¿puedes darme una de cuando tenías veinte años?
Dailos me miraba seriamente, notó que recalqué el “veinte años”.

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Act VII
Dailos Frinnegan

Mentía, empezaba a recordar y no quería decirlo. Se notaba ya que su actitud había variado bastante desde que lo encontré en la calle. Empezaba a saber algo más de él, por poco que fuera, al menos sabía algo. La tenue luz del fuego resaltaba su elegante perfil digno de un noble, el cabello caía sutilmente sobre su rostro. Nunca me había quedado tan ensimismado con una persona. Quizás no sólo él debía recordar, quizás yo también debía hacerlo. Miré hacia el fuego. ¿Se habrán quemado mis recuerdos hacia esa persona, si es que existieron alguna vez? Por insignificante que sea, como si fue un encuentro en el mercado, yo tenía algo que ver con ese hombre.
-¿Pasa algo?-Preguntó.
Me sobresalté.
-No, nada, estaba pensando.
-No pienses mucho.
No pude sostenerle la mirada.
-Creo que voy a tumbarme un rato, me encuentro mal.
-Si necesitas algo…
-No, no necesito nada.-Me levanté y me marché.
Karan empezó a toser aún más fuerte, lo que hizo que me preocupase.
-¿Karan, estás bien?-Preguntó Sophie.
Sin responder a la pregunta se marchó apresuradamente a encerrarse en el baño, le seguí para averiguar la causa de su malestar.
-Karan, abre.
No obtenía respuesta.
-¡Karan!-Grité.
El cerrojo se movió y la puerta se abrió. Karan estaba sentado en el borde de la bañera con un pañuelo en la boca manchado de sangre. Me acerqué, la bañera tenía salpicaduras y un reguero de la misma sustancia. Temerosamente  me agaché.
-¿Qué ocurre?-Pregunté con un nudo en la garganta.
-La sangre que me ha suministrado, no es compatible con la mía.
-¿Lo sabías desde el principio?-Pregunté.
Karan afirmó con la cabeza.
-¡Idiota, habérmelo dicho, habría pedido otra!-Le grité.
-No es cuestión de cambiarla.
-¿Entonces?
-Mi cuerpo solo acepta la sangre de mi presa.
-¿Su presa?
-Un vampiro, a determinada edad, debe buscar una presa  de la cual alimentarse toda su vida.
-¿Y dónde está su presa?
-No lo sé.
-¿Y qué hacemos?
-Tampoco lo sé.-Me miró, el rojo de sus ojos se avivaba por momentos.-Solo sé que tu sangre huele igual a la de él.
Me eché hacia atrás. ¿Era él? No, no podía ser, habían pasado muchos años. Solo sería una coincidencia.
-Relájese, no voy a morderle… ¿Tiene miedo de algo?
-No.-Respiré hondamente.
¿Qué debía hacer, tenderle mi muñeca y que se saciara?
-Creo, creo que podré aguantar.-Sonrió.
-No sonrías si tu alma está llorando.-Dije sinceramente.
Me miró y se rió a carcajadas.
-Es mejor reír que llorar. ¿No?

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Act VI
Karan Johnson
Como me suponía, madre e hija son un calco. Ambas rubias, de ojos verdes y hermosas, me recordaban a alguien, pero no sabía a quién.  Dejé las cajas sobre la mesa del comedor. ¿Habrá llegado ya la señorita Sophie? Busqué a Dailos con la mirada, aún no había entrado en la casa. Empecé a caminar por los largos pasillos tocando las puertas a ver si encontraba respuesta.
-¿Sí?-Peguntó Sophie.
Carraspeé.
-¿Se puede?-Pregunté.
-¡Karan,  pasa!
Abrí lentamente la puerta. Era una gran estancia decorada al estilo victoriano, como el resto de la casa, una gran alfombra persa se hallaba en el suelo mientras unos elegantes muebles la pisaban permanentemente, la tenue luz aportaba un clima relajante.
-¡Qué sorpresa!-Exclamó mientras juntaba las palmas de las manos.
-Su padre quiere que me aloje aquí durante una temporada, no va a sorprenderle verme por los pasillos.
-Ya va siendo hora de comer, ¿padre habrá comprad algo?
-Sí, ha comprado.
-¿Usted come…? Ya sabe… Comida humana.
-No se ponga nerviosa.-Le acaricié la mejilla.-No voy a morderle.-Sonreí.-No, no como comida humana.
-¿Y qué come?
-¿Qué comen los vampiros? Mi organismo no tolera los alimentos humanos, pero mi corazón no soportaría la carga de aceros daño, no os tenéis que preocupar. Vuestro padre me ha conseguido bolsas del banco de sangre.
Sophie se sonrojó. Y yo, para incomodarle más, la traje hacia mí y le abracé.
-¿Sabe? Huele muy bien, no sólo su perfume, sino también su sangre, pero le vuelvo a decir… No se preocupe, su padre se encarga de todo.-Deslicé la punta de mi nariz por su cuello, produciéndole escalofríos.
Sophie se separó, se tapó la cara con las manos y salió corriendo. Yo me quedé de pie, con las manos en los bolsillos, sonriendo pícaramente mientras lamía mi labio superior.
Después del almuerzo, en el yo simplemente observaba, padre e hija decidieron encender la chimenea, ya que empezaba a hacer bastante frío dentro de la casa. La noche caía mientras nosotros nos calentábamos alrededor de la chimenea.
-¿Y cómo es eso de ser un vampiro?-Preguntó Sophie interesada.
-No es agradable, pero puedo vivir con ello.-Respondí.
-Eternidad,  bella palabra, ojalá yo fuese joven para siempre.-Dijo soñadoramente.
-Eternidad a cambio de un precio muy alto; tu alma, dejas de ser humano, te conviertes en un esclavo del infierno.-Tosí hacia un lado.-Perdona, creo que me estoy acatarrando. En fin, lo que te decía, la eternidad se define en disfrutar del momento sin pensar que vaya a tener un final; eso es la eternidad, no lo que vivo día a día.
-En cierto modo… Tienes razón.
-Ver avanzar el tiempo mientras tus seres queridos envejecen y mueren, ver cómo te traicionan, cómo te usan como un simple trapo para desahogarse, ¿ver eso durante milenios? No es nada agradable.
-Has recalcado el “ver cómo te traicionan”, como si te hubiera ocurrido.
Relajé los músculos de la cara, le miré y sonreí.
-No lo sé, no recuerdo nada de mi pasado
Dailos me miró extrañado.
-¿No recuerdas ni de dónde vienes?-Preguntó mientras se acercaba más.
-No, solo recuerdo dos sensaciones.-Respiré hondo y suspiré.
-¿Cuáles?-Preguntó Sophie.
-Sentir que el corazón se fragmenta en miles de pedazos para no volverse a unir y el dolor del recuerdo  de un efímero amor.
-Oh…
Dailos me miró atentamente como si esperase que recordara y terminara mi relato, el relato de la triste vida de un ser inerte.

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Act V
Sophie Frinnegan

Aquellos ojos me habían cautivado, era como estar en un mundo paralelo, donde no importa nada más que aquella mirada. Dios, aquella mirada de ojos carmesí, aquella mirada misteriosa… Daría cualquier cosa por volverla a contemplar. ¿Qué me ocurría, me estaba enamorando? No, no podía ser, es un vampiro y yo una simple humana. Llegué a la gran casa victoriana, el cochero se ofreció a ayudarme con el equipaje. Entré, todo estaba igual que cuando me había ido… La biblioteca, las habitaciones, incluso la habitación del cuadro. Entré con temor a la sala donde el cuadro de mi madre me miraba fijamente. ¿Qué había sido de ella? Padre me había dicho que había muerto… Lo extraño es que cuando me encontré con aquel joven vampiro tuve la sensación de ver el reflejo de mi madre en sus pupilas, el reflejo de su natural nobleza de corazón. Bah, serán imaginaciones mías.
Me dejé caer sobre el sofá sin apartar la mirada del gran cuadro. Cada línea, cada sombra, el cabello dorado; el pintor había clavado el cuadro, parecía incluso que ella estaba ahí.
-¿Eh?
Me fijé que la tela del cuadro estaba ligeramente descosida del marco, pero quizás fue por el paso de los años, así que no  le di importancia.
Padre y Karan ya habían vuelto.

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ACT IV
Dailos Frinnegan

Era como un cachorro, mi mascota; debía enseñarle, alentarle, guiarle. Karan miraba los alrededores ilusionado, como si nunca hubiera visto la luz del día. Las adolescentes le miraban curiosamente, sabían que era un vampiro, pero le guardaban respeto al estar a mi lado. Alguna que otra joven se ruborizó cuando Karan les sonreía. Caminaba con garbo, parecía un marqués.  Nadie podría decir que hasta hace un día era un joven abandonado.
-Nunca había visto la ciudad de esta manera.-Comentó alegre.
-Eso es porque te limitabas a aquel callejón, ¿nunca te diste una vuelta por los alrededores?-Pregunté.
-No, y me arrepiento de ello.
Karan daba vueltas sobre sí mismo, dejando que la brisa francesa que corría por las calles le envolviera sutilmente, hasta que chocó con una hermosa joven cargada de equipajes.
-¡Oh, perdone, dama, ahora le recojo sus pertenencias!-Exclamó arrepentido.
-¿Sophie?-Pregunté incrédulo.
Karan levantó la mirada.
-¡Padre!-Exclamó mientras se tiraba a mi cuello.
-¡Oh, Sophie, no te esperaba tan pronto!-Exclamé entusiasmado.
-¡Te echaba mucho de menos!-Se separó.-Oh, perdone muchacho, no le vi ya que tenía las cajas tapándome la visión…-Se ruborizó notablemente.
-¿Está bien, señorita?-Preguntó Karan con un leve tono de preocupación.
-Es… es…-Empezó a murmurar.
-¿Un vampiro?-Susurré.
-¡No! Guapo, apuesto, perfecto.-Dijo moviendo los labios.
Me reí.
-¿Está bien?-Volvió a preguntar Karan.
-Sí, sí, no pasa nada… Soy Sophie Frinnegan.-Se presentó.
-Me alegro pues, yo soy Karan Johnson.-Hice una pequeña reverencia.

-Y… ¿Qué hace con mi padre?-Preguntó con curiosidad.
-Somos viejos amigos.-Respondí.
-¿Vie…? Ah claro, vos sois un vampiro, decidme, ¿qué edad tenéis?
-Eso nunca se dice, y menos a una señorita.-Contestó misteriosamente mientras le cogía de la barbilla y se acercaba a Sophie.
Miré silenciosamente a Karan, espero que eso no fuera indicio de un posible encaprichamiento hacia mi hija. No me haría gracia que mi hija se enamorase de un vampiro.
-¡Oh, pues discúlpeme!-Respondió apurada mientras se separaba a la vez que se sonroja más aún.
-Entonces, Sophie, ¿qué te trae tan pronto  por aquí?-Pregunté ignorando lo ocurrido.
-Padre, las clases ya han finalizado.-Respondió mientras me cogía de las manos.
Era increíble la fuerza que tenía Karan, sujetaba el equipaje y las cajas de los sombreros sin inmutarse, era increíblemente…
-¡Padre, ¿me estáis escuchando?!-Exclamó Sophie enfadada.
-Eh, sí, sí, hija, que han finalizado.-Le miré cariñosamente.- ¿Te llevamos los paquetes a casa?
-¡No hace falta, yo puedo!-Exclamó ofendida.
-No era para que te cabreases.-Me disculpé.
-Bueno.-Se dio media vuelta.-Si me permites.-Dijo mientras cogía el equipaje costosamente.-Voy a coger un carruaje para ir hasta casa.
Ladeé la cabeza como signo de aprobación.
-Volveremos pronto, hija.-Me despedí.
Karan miraba fijamente a Sophie.
-¡Karan!-Exclamé.
-Ah, sí, encantado señorita, pase una buena tarde.-Hizo una leve reverencia.
Sophie subió al carruaje, cuando estuvo lo suficientemente lejos detuve a Karan cogiéndole del brazo.
-¿Qué pasa?-Preguntó.
-Ni se te ocurra acercarte a ella.
-¿Qué insinuáis?
-Sabes a lo que me refiero.
Karan sonrió. No sabía si esa sonrisa delataba sus intenciones o simplemente le hacía gracia mi protección. ¿Quién era él, cuál era su pasado, cuáles son sus intenciones?

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ACT III
Karan Johnson

Vi su cara de horror, se había impresionado… ¿Me temería ahora o sentiría lástima? Mi dañado cuerpo es el retrato del dolor que una persona dejó en mi piel hace bastantes años, una persona a la que llegué a amar con todo mi ser, por la cual yo habría dado la vida. Me metí en la bañera y me sumergí en el agua, dejándola a la altura de los ojos.
Al parecer tiene una hija, ¿Será tan bella como su madre? Me sumergí de lleno en la bañera. El agua caliente hacía que mis tensos músculos se relajasen.
Me pasé un rato en la bañera, pero como no debía tardar, salí en cuanto pude. Cogí una toalla y con ella envolví mis caderas, la otra toalla la dejé sobre los hombros. Salí del baño y fui hasta la habitación que me había designado Dailos. Entré, encima de la cama había un traje verde azulado, junto una blusa de seda blanca con lazada negra, calcetines, unos zapatos y ropa interior. Me vestí y salí.
-Vaya, no pensé que te fuera a ir tan bien ese conjunto, es de cuando tenía veinte años.-Sonrió amablemente.-Bueno, siéntate.
Obedecí, me senté en la silla. Me colocó un trozo de tela para que el cabello no se quedase en la ropa. Empezó a cepillarme, luego lo repartió por toda la cabeza y empezó a cortar, notaba que lo hacía a capas, para darme un aire más juvenil. También me hizo un fleco largo, o más bien dejó unos mechones cruzando la cara. Me gustaba como quedaba.
Miré el reflejo de Dailos en el espejo. ¿Tendría algo que ver con él? Tanta hospitalidad en un extraño es desconcertante.
-¡Listo!-Exclamó mientras se incorporaba. -¿Qué te parece?-Preguntó efusivamente.
Me miré detenidamente.
-Me gusta mucho, gracias.-Sonreí.
-Me halagas.-Se quitó el delantal. -¿Te apetece ir a comprar ropa?
-Lo que usted desee.
-Oh, no me trates de usted, me siento acomplejado, tan sólo tengo treinta y cinco años.
-Treinta y cinco… No está mal.
-Lo sé.-Se rió. -¿Te apetece salir?
Le miré como un niño pequeño que no sabe qué significado tiene una palabra y acto seguido va a preguntar
-Verán mis ojos y huirán…-Respondí tristemente.
-No te dirán nada, estás conmigo.-Dijo mientras pasaba su brazo derecho por mis hombros.
Me sentía acogido, protegido. Aquella sensación… Ya la había vivido antes, debía  recordar cuándo, dónde y con quién.
-Sí, entonces me apetece.-Sonreí ilusionado.
Me levanté, me sacudí la chaqueta y le miré.

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ACT II
Dailos Frinnegan

 
    No sé por qué lo hice, le recogí como si de un gato se tratase, sin importar raza o estado. Estaba tumbado en la cama mientras miraba sin punto fijo hacia el techo, pensando en lo que acababa de ocurrir. Fue un impulso, un inevitable impulso. Su mirada me decía que había algún lazo de conexión con aquel ser, o que se crearía. Un vampiro, he metido en mi casa a un vampiro. ¿Y si me ataca mientras duermo? No me sentía muy seguro, aunque aquel parecía un niño; apenas hablaba, apenas se movía, se quedaba quieto como si esperase una orden… De su amo... ¿Me habría convertido en su amo? No, lo dudo. Me levanté, de tanto estar en la cama iba a acabar cubierto de polvo si no me movía. Abrí la puerta de mi habitación.
-¿Karan?-Pregunté.
No había respuesta. Salí de la habitación y volví a la sala donde se hallaba el cuadro. Karan se había quedado dormido en el sofá. Cogí una manta y le tapé.
-Buenas noches.-Susurré.
Me quedé unos minutos observando su rostro; era perfecto, cada milímetro de su rostro era totalmente simétrico.  ¿Había algo entre nosotros que yo no pudiera recordar? Karan se me hacía muy familiar. Me asomé al balcón y encendí un cigarro. Habían pasado tantas cosas… Norma, Sophie…  Mi querida hija es el vivo retrato de su fallecida madre, oh Norma, si pudieras ver qué hermosa se ha hecho nuestra pequeña… Mi mirada se perdía entre las nubes, como si esperase hallar una solución entre ellas, un rayo de luz que ilumine la oscuridad de mi alma, un rayo de luz que aporte claridad a la monotonía. Di media vuelta y me apoyé en el balcón, tenía en primer plano a Karan tumbado en el sofá. Sabía  que fingía dormir, no tenía sueño. Me dediqué a observarle, lo incómodo que se encontraba al notar mi mirada fija en él. Cigarro tras cigarro consumí la noche en un balcón mientras pensaba en Sophie.
-¿Dailos?-Preguntó Karan mientras se incorporaba.
Gruñí. Me había acomodado en un sillón que se encontraba al lado del sofá donde yacía Karan.
-¿Por qué no estáis en sus aposentos?-Preguntó.
-¿Por qué habláis tan formal?-Pregunté.
-Tengo bastantes años. Ahora, ¿qué hace aquí?
-No podía dormir y fui a fumar un rato.
Karan hizo una mueca de desacuerdo, no me creía.
-Debéis bañaros, ¿qué os parece si os corto el cabello? Desde que mi hija se fue a estudiar a Alemania no he cogido las tijeras y me apetece quitarme el estrés.-Sonreí.
-Con tal de que no me haga un estropicio estoy de acuerdo.
-Acompañadme, iré a pedir que os preparen el baño.
Karan se levantó. Me fijé que tenía la camisa desabrochada. Me acerqué y se la abroché.
-Gracias.-Dijo con una amplia sonrisa.
Respondí con otra sonrisa.
-Vamos.-Empecé a caminar.
Le guié hasta el baño una vez le dije a Rosalie que lo preparase.
-Ahí disponéis de todo lo que deseéis; jabón, aceites, lociones, espuma,  cuchilla de afeitar… Lo necesario, en resumen.
Karan afirmó con la cabeza.
-Luego cortaremos tu cabello, está estropeado.
Abrí la puerta para salir y dejarle privacidad.
-Ah, una cosa más, las toallas están…
Karan se había quitado la camisa, en su espalda se veían miles de cicatrices, marcas y más marcas de dolor. Se giró, pero no dijo nada. Salí de la estancia con el corazón encogido, nunca había contemplado algo semejante. ¿Cuál es el pasado de aquel hombre?

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ACT I
Karan Johnson

    La primera vez que nos encontramos fue en aquel banco, al lado de aquella solitaria plaza. Me miró desde arriba, yo estaba sentado, era un vulgar niñato abandonado; no tenía adónde ir, no tenía qué comer, no tenía libertad.
-Necesitas comer, muchacho.-Se agachó y me miró fijamente.
¿Por qué se acercaba aun sabiendo de mi diabólica naturaleza? Mis ojos rojos mostraban al mundo de lo que huían, unos seres que absorben la vida de los demás permaneciendo jóvenes durante siglos. Estaba maldito.
-¿No sabes hablar?-Preguntó.
Empecé a llorar, nadie se había acercado a mí durante seis años consecutivos, echaba de menos lo que era hablar con alguien.
-Vendrás conmigo.
Aquellas palabras resonaron en mi cerebro. ¿Un humano adoptando a un vampiro? Me levanté con su ayuda, al instante me cubrió con su larga capa, sentía que estaba protegido, sentía la calidez de un cuerpo en el que late un corazón, sentí una extraña y desconocida sensación.
Era un sueño, aquel sueño que parece desfragmentado y esparcido por el infierno, ese sueño inalcanzable. Pero ese sueño era real, lo vivía con mi piel y lo contaba con mi tiempo.
Los tiernos ojos de aquel hombre impedían que le aguantase la mirada, era un cariño extraño hacia una persona desconocida, y más aún de mi situación.
Caminamos por unas largas y anchas calles, donde pasaban carruajes en los que se oían exclamaciones e insultos, ya que mis ojos relucían en la noche.  Agarré la capa de aquel misterioso hombre, me sentía indefenso.
-¿Estás bien?-Preguntó.
Balbuceé
-Aún no me ha dicho su nombre.-Respondí.
-Dailos Frinnegan, ¿y vos?
-Karan.
-¿No tenéis apellido?
-No.
- Johnson.-Miró hacia el cielo y respiró hondamente.-Ahora ése será tu apellido.
-Gracias.
-No hay de qué.
Llegamos a una gran casa victoriana, parecía un palacio de reyes. Entré con su invitación y me quedé esperando a una orden.
-Tenemos que hacer algo con tu ropa…-Murmuró.
Miré mis vestimentas, no eran de lujo, pero al menos me aguardaban del frío.
-¿Qué queréis que vista? No tengo más ropa.
-Mañana iremos a comprarla.
No dije nada, me quedé mirándole.
-Pero te prestaré algo mejor para que mañana salgas a la calle, veré si tengo ropa más pequeña.
Al ver que no me movía se desconcertó.
-¿Qué hacéis? Moveos, andad libremente por esta casa, ahora es la suya también.-Dijo mientras caminaba hacia una gran biblioteca.
-Perdón.
-Oh no, por favor.
Era demasiado extraño, ¿este ser me conocía?  Aquella amplia y sincera sonrisa me transmitía confianza y serenidad. Comencé a caminar libremente por los pasillos, memorizando cada una de las habitaciones que formaban parte de aquella mansión. Entré a una sala donde había una chimenea, era bastante acogedora y… ¿Un retrato? Era de una mujer rubia, de ojos verdes  y tez pálida, era verdaderamente bella. Me quedé ensimismado recorriendo cada línea de su rostro, como si estuviese memorizándolas. Noté la presencia de Dailos, me giré con temor.
-Es bella, ¿eh?-Se acercó a mi lado, contemplando el retrato en plenitud-era mi esposa.
-¿Era? Oh, perdone mi atrevimiento.
-Murió.-Miró tristemente hacia el suelo.
Le agarré el brazo y tiré de él hacia mí. Le abracé.
-No esté triste, por favor.-Susurré.
Dailos se aferró a mi cuerpo, derramando alguna que otra lágrima a causa del recuerdo.
La calidez mutua perdida, arrancada, un hilo de vida cortado. Eso es lo que le atormentaba, ése era su punto débil. Yo…Yo conseguiré que mi extraña y reciente calidez sea correspondida desde lo más hondo de su corazón.