Act VI
Karan Johnson
Como me suponía, madre e hija son un calco. Ambas rubias, de ojos verdes y hermosas, me recordaban a alguien, pero no sabía a quién. Dejé las cajas sobre la mesa del comedor. ¿Habrá llegado ya la señorita Sophie? Busqué a Dailos con la mirada, aún no había entrado en la casa. Empecé a caminar por los largos pasillos tocando las puertas a ver si encontraba respuesta.
-¿Sí?-Peguntó Sophie.
Carraspeé.
-¿Se puede?-Pregunté.
-¡Karan, pasa!
Abrí lentamente la puerta. Era una gran estancia decorada al estilo victoriano, como el resto de la casa, una gran alfombra persa se hallaba en el suelo mientras unos elegantes muebles la pisaban permanentemente, la tenue luz aportaba un clima relajante.
-¡Qué sorpresa!-Exclamó mientras juntaba las palmas de las manos.
-Su padre quiere que me aloje aquí durante una temporada, no va a sorprenderle verme por los pasillos.
-Ya va siendo hora de comer, ¿padre habrá comprad algo?
-Sí, ha comprado.
-¿Usted come…? Ya sabe… Comida humana.
-No se ponga nerviosa.-Le acaricié la mejilla.-No voy a morderle.-Sonreí.-No, no como comida humana.
-¿Y qué come?
-¿Qué comen los vampiros? Mi organismo no tolera los alimentos humanos, pero mi corazón no soportaría la carga de aceros daño, no os tenéis que preocupar. Vuestro padre me ha conseguido bolsas del banco de sangre.
Sophie se sonrojó. Y yo, para incomodarle más, la traje hacia mí y le abracé.
-¿Sabe? Huele muy bien, no sólo su perfume, sino también su sangre, pero le vuelvo a decir… No se preocupe, su padre se encarga de todo.-Deslicé la punta de mi nariz por su cuello, produciéndole escalofríos.
Sophie se separó, se tapó la cara con las manos y salió corriendo. Yo me quedé de pie, con las manos en los bolsillos, sonriendo pícaramente mientras lamía mi labio superior.
Después del almuerzo, en el yo simplemente observaba, padre e hija decidieron encender la chimenea, ya que empezaba a hacer bastante frío dentro de la casa. La noche caía mientras nosotros nos calentábamos alrededor de la chimenea.
-¿Y cómo es eso de ser un vampiro?-Preguntó Sophie interesada.
-No es agradable, pero puedo vivir con ello.-Respondí.
-Eternidad, bella palabra, ojalá yo fuese joven para siempre.-Dijo soñadoramente.
-Eternidad a cambio de un precio muy alto; tu alma, dejas de ser humano, te conviertes en un esclavo del infierno.-Tosí hacia un lado.-Perdona, creo que me estoy acatarrando. En fin, lo que te decía, la eternidad se define en disfrutar del momento sin pensar que vaya a tener un final; eso es la eternidad, no lo que vivo día a día.
-En cierto modo… Tienes razón.
-Ver avanzar el tiempo mientras tus seres queridos envejecen y mueren, ver cómo te traicionan, cómo te usan como un simple trapo para desahogarse, ¿ver eso durante milenios? No es nada agradable.
-Has recalcado el “ver cómo te traicionan”, como si te hubiera ocurrido.
Relajé los músculos de la cara, le miré y sonreí.
-No lo sé, no recuerdo nada de mi pasado
Dailos me miró extrañado.
-¿No recuerdas ni de dónde vienes?-Preguntó mientras se acercaba más.
-No, solo recuerdo dos sensaciones.-Respiré hondo y suspiré.
-¿Cuáles?-Preguntó Sophie.
-Sentir que el corazón se fragmenta en miles de pedazos para no volverse a unir y el dolor del recuerdo de un efímero amor.
-Oh…
Dailos me miró atentamente como si esperase que recordara y terminara mi relato, el relato de la triste vida de un ser inerte.
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