ACT III
Karan Johnson
Vi su cara de horror, se había impresionado… ¿Me temería ahora o sentiría lástima? Mi dañado cuerpo es el retrato del dolor que una persona dejó en mi piel hace bastantes años, una persona a la que llegué a amar con todo mi ser, por la cual yo habría dado la vida. Me metí en la bañera y me sumergí en el agua, dejándola a la altura de los ojos.
Al parecer tiene una hija, ¿Será tan bella como su madre? Me sumergí de lleno en la bañera. El agua caliente hacía que mis tensos músculos se relajasen.
Me pasé un rato en la bañera, pero como no debía tardar, salí en cuanto pude. Cogí una toalla y con ella envolví mis caderas, la otra toalla la dejé sobre los hombros. Salí del baño y fui hasta la habitación que me había designado Dailos. Entré, encima de la cama había un traje verde azulado, junto una blusa de seda blanca con lazada negra, calcetines, unos zapatos y ropa interior. Me vestí y salí.
-Vaya, no pensé que te fuera a ir tan bien ese conjunto, es de cuando tenía veinte años.-Sonrió amablemente.-Bueno, siéntate.
Obedecí, me senté en la silla. Me colocó un trozo de tela para que el cabello no se quedase en la ropa. Empezó a cepillarme, luego lo repartió por toda la cabeza y empezó a cortar, notaba que lo hacía a capas, para darme un aire más juvenil. También me hizo un fleco largo, o más bien dejó unos mechones cruzando la cara. Me gustaba como quedaba.
Miré el reflejo de Dailos en el espejo. ¿Tendría algo que ver con él? Tanta hospitalidad en un extraño es desconcertante.
-¡Listo!-Exclamó mientras se incorporaba. -¿Qué te parece?-Preguntó efusivamente.
Me miré detenidamente.
-Me gusta mucho, gracias.-Sonreí.
-Me halagas.-Se quitó el delantal. -¿Te apetece ir a comprar ropa?
-Lo que usted desee.
-Oh, no me trates de usted, me siento acomplejado, tan sólo tengo treinta y cinco años.
-Treinta y cinco… No está mal.
-Lo sé.-Se rió. -¿Te apetece salir?
Le miré como un niño pequeño que no sabe qué significado tiene una palabra y acto seguido va a preguntar
-Verán mis ojos y huirán…-Respondí tristemente.
-No te dirán nada, estás conmigo.-Dijo mientras pasaba su brazo derecho por mis hombros.
Me sentía acogido, protegido. Aquella sensación… Ya la había vivido antes, debía recordar cuándo, dónde y con quién.
-Sí, entonces me apetece.-Sonreí ilusionado.
Me levanté, me sacudí la chaqueta y le miré.
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